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Robert Redford no sabe leer - short story 🇪🇸

relato - short story
Yo nunca tomo café. Pero a veces, pocas pero inevitables veces, me pega el antojo del cafelito con leche y hielo. Así que el sábado a las 11 de la mañana, entro en la Granja Inés II, el bar con el horario menos establecido de toda la calle Chile. 

Es un bar de toda la vida, con barra de aluminio, cerramientos de cristal y sillas metálicas negras de esas que te dejan agujeritos en las piernas. En el frente, una nevera con todo el contenido a la vista. No hay datáfono, pero sí tres potos bien hermosos, uno de ellos encima del soporte de una tele que ya no está. 

Me gusta este bar porque hay un cuadro de un cristo con la cruz a cuestas. Está tan descolorido que parece que hubieran sacado la foto con el filtro Lagos. Para compensar, junto a él hay colgado un calendario de Tupinamba, congelado en diciembre de 2020. Antonio, el dueño, debe de ser la única persona del mundo que no ha querido pasar página de ese año. Eso, o que la niña con gorro de Papá Noel que aparece como imagen del mes es su nieta. 

Detrás de la barra, los clásicos: Marie Brizard, Zoco y Melody. Y en las 4 mesas, los habituales. La peña del barrio. 

En la mesa del fondo, dos mujeres hablando muy alto. En la de al lado, dos hombres, uno de ellos con sonotone. Quizá por eso estas gritan tanto, aunque ni aún así él les presta atención. Está leyendo el Mundo Deportivo. 

Yo llego con la conversación a medias, pero no necesita trailer para engancharme:

“– ¿Mi hermano? – dice la mujer más cercana a la ventana, con el tono del meme de Belén de: “¡¿yoooooo?!” – Mi hermano nos veía limpiar a esta y a mí – señala a la otra mujer, que debía de ser su hermana o prima – y agarraba el mocho y se ponía a limpiar con nosotras. 

El hombre alza las cejas. 

– Que sí que sí – enlaza la otra, al verlo incrédulo –. Que venía nuestra abuela a casa, Dios la tenga en su Gloria, y si lo pillaba le decía – alza el índice para darle énfasis –: ¡si sigues así se te va a caer la picha!”

La otra asiente: “Yo eso también se lo he oído decir a mi madre, lo de que se le iba a caer la picha.”

Dan un sorbo de café. Yo me fijo en el hombre; el del sonotone no, el otro. Es un gordo piramidal, con la cabeza desproporcionadamente pequeña. Lleva un brillante en cada oreja y tiene los ojos chiquititos y juntos. Parece Bebop, el jabalí malo de las Tortugas Ninja. Sus manos son como pezuñitas y juguetean con un paquete de azúcar. 

“– ¿Y ahora qué? – dice, y nos representa a todos. Queremos saber qué pasó con el hermano de Saray (oigo a Antonio llamarla así). 

– Ahora qué de qué, ¿mi hermano? – contesta Saray – Feliz de la vida. En su casa lo hace todo, todo. Y su mujer tan contenta, porque ella es de esas que estudian y trabajan así que ya le viene bien.”

Y la otra mujer: “Parecía que iba a salir rarillo… tu sabes, como Maricarmen la Lesbi. Pero al final pues mira qué bien.” 

Todos dedicamos un momento para recordar a Maricarmen la Lesbi. 

“– ¡Venga Iván! – añade la mujer – Coge un agua fresquita que nos vamos.

Ambas se levantan y un niño que llevaba pegado al cristal de la nevera toda la conversación, saca un botellín. 

– Adiós Antonio, guapísimo. Ya te han vacunado, ¿no? Adiós Juan Carlos. 

De míster sonotone pasan total. Antonio coge el billete de 5 y confirma que le pusieron la primera dosis y que ayer le dolía el brazo horrores.

Se van. Me quedo mirando a los hombres. Como si fuera un gag telonero, Antonio sale de la barra para pasarle la bayeta a la mesa de las mujeres. De paso, limpia otra que ya estaba limpia, que no se diga. Y al pasar, le dice a un hombre que está absorto dándole a la tragaperras:

– Y a ti, ¿te han vacunado? Hehe, ¡pues toma! – y le tira un chorrillo del flisflis.

Risas de carajilleros; no pienso moverme de aquí en un rato. 

Y entonces llega él. Un hombre como muchos que veo por aquí, mellado, con unas gafas enteladas y demasiado pequeñas, una gorra de propaganda y una edad difícil de calcular. Lleva unas bermudas dosmileras terribles y la camiseta le marca la barriga. Habla con graznidos y también es un habitual. 

Después de saludar a sus panas, toma asiento en la mesa de las mujeres. Antonio le sirve un café con leche sin que se lo pida, y él se hace el sorprendido. Anda que no mola que te pase eso en un bar. Nivel experto. 

Toma un sorbo levantando el meñique. “Look at this distinguished gentleman” pienso. Juan Carlos aka Bebop le pregunta por su madre, y él suspira. 

– Mi madre bien, de momento. 

Se viene una historia de drama familiar de la que todos están al corriente, incluido Antonio, que presta atención mientras repasa vasos. El Mellado tiene un hermano que es malo, malísimo. Se ve que siempre han tenido problemas con él, pero es que ahora encima tiene la desfachatez de pedirle dinero a la madre, que no tiene un duro. Y por eso ella no puede mudarse con el Mellado al piso que comparte con no sé quién, donde estaría mucho mejor, ande va dar. 

Antonio, sacudiendo la cabeza, interviene: “Es que tu hermano…”
Todos siguen el gesto de desaprobación. Esos puntos suspensivos leanse: es que tu hermano como es eh, vaya tela. O es que tu hermano, menudo hijoputa. 

Entra otro personaje en juego. Una señora mayor pero ágil que nada más entrar me clava una mala mirada. No puedes caerle bien a todo el mundo. 

Ella tampoco debe de caer bien, como demuestra una gasa que le cubre la ceja derecha. Bastante aparatosa la movida, tiene que sujetársela con una gorra. 
Se sienta junto a Juan Carlos. 

– ¿Cómo estás? pregunta él.

– Mejor, mejor. Se nota que hoy va a hacer calor. 

– Los del tiempo últimamente no dan ni una. – Este Antonio de verdad vaya crack, está en todas. 

– Eso es pa que la gente no se mueva. – dice el mellado, que entiende de conspiraciones. No parece convencer a los demás, así que insiste. – ¿Cuántos fines de semana han anunciado lluvias? Y no ha llovido ni uno, pero claro así no haces planes fuera. Si te engañan con las noticias, ¿por qué no iban a hacerlo también con el tiempo? ¿Eh? 

Nadie tiene nada que decir, caso cerrado. La señora se lanza en una enrevesada explicación para que Juan Carlos la ayude a recuperar el pin de su cuenta, que no sabe por qué no se abre como siempre. 

El Mellado, al ver que no ha causado el revuelo esperado, saca un móvil y se pone a mirarlo. Es un móvil de esos de señora del Candy Crush, con una funda morada con tapa. Me tiene hipnotizada. Mira y mira la pantalla, sin hacer nada. De repente, le da dos golpecitos al del sonotone. 

– ¿Tú sabes leer? – el del sonotone asiente – Pues dime qué pone aquí. – dice señalando la pantalla. 

Sonotone se queda mirándola, un minuto largo. Mucho rato, vaya. Termina encogiéndose de hombros. 

– No sé. – dice – No entiendo lo que pone.

El Mellado pone cara de decepción. “Es que ayer me llegó este mensaje”, explica. Sonotone vuelve a encogerse de hombros y vuelve a concentrarse en su periódico, pero el otro no quiere resignarse tan pronto. 

– Juan Carlos, ¿tú sabes leer? 

Juan Carlos le hace una señal para que espere. Está al teléfono con el banco de la señora, intentando averiguar lo del pin. 

– ¿Cuál es el teléfono asociado a tu cuenta? 

La señora lo intenta: “6,2… – se concentra fuerte – No, no me lo sé.”

Juan Carlos suspira y le dice al operador: “un segundito porfa”. Busca el número de ella en su propio teléfono. No lo encuentra, pregunta por el email.

– ¿Ymeil? ¿Pa qué? – replica ella – Pues maria@hotmail.es. – dice, y se queda tan ancha. Aprovecha la pausa para clavarme otra mirada de odio. Si supiera que somos tocayas se lo pensaría dos veces.

Vuelvo a centrarme en el mellado, que ha ido hasta la barra a averiguar qué coño pone en su SMS. 

– Antonio, ¿tú sabes leer? 

Antonio confirma y recibe el móvil.

– "9 de junio, día sin IVA. No dejes escapar la oportunidad!" – lee.

Mellado está aún más confundido que antes. 

– ¿Pero esto que es? 

– No sé, no pone quién te lo envía. – contesta Antonio – Será una tienda. 

– ¿Una tienda o un timo? – parece que Mellado tiene la vena conspiranoica bien desarrollada – Es que me llegó ayer. – aclara. 

Antonio chuta la bola fuera. 

– No lo sé – repite –, pregúntale al Juan Carlos.

– Es que está ocupao al teléfono. – responde el otro con un mohín.

Y entonces entra un hombre enorme. Alto, calvo y con la cara entre ogro y boxeador. Brillantes en las orejas también, y una riñonera. 

– ¡Anda mira! – exclama el Mellado muy ufano – Aquí llegó el feo. 

La señora se echa a reír a carcajadas y suelta:

– El feo, dice. Ni que tú fueras Robert Redford. 

Más risas. Yo me uno y en seguida la señora me fulmina con la mirada. 

– Eso, Roberrefor. – dice el Feo – ¿No te has mirao al espejo o qué? 

Mellado chapa la boca, y  cierra la tapa del móvil con un golpe seco. 

– Bueno pues yo me voy a ir ya, que tengo cosas que hacer. – very ofendidito – Adiós Antonio.”

Como aspirante a habitual del Granja Inés II que soy, dejo una moneda en la barra y levanto los dedos tímidamente a modo de despedida. Menos mal que la señora no tiene láseres en lugar de ojos, porque me los hubiese rebanado por lo menos seis veces. 

En un momento, el bar se vacía. Todos salen para enfrentarse a sus quehaceres, menos Antonio, aunque seguro que no tarda en bajar la persiana. 
Y no sabemos si mañana la levantará de nuevo, pero si lo hace, seguro que acudirán los de siempre a compartir desayuno e historias. 

La peña del barrio, y Robert Redford. 


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